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Galicia espallada

Unha recolleita da cultura galega

Literatura, historia, arte, música, gastronomía, galeguismo, tradicións, lendas, costumes, emigración

?memoria de Manuela Via? (1929-2013)

DISCURSO "ALBA DE GLORIA"

  VERSI? EN :   CASTELLANO    -  galego

A. Daniel Rodr?uez CASTELAO, 25 de julio de 1948, Buenos Aires

Mis damas y mis se?res:

SI EN EL AMANECER de este d? pudi?amos volar por encima de nuestra tierra y recorrerla en todas direcciones, asistir?mos a la maravilla de una ma?na ?ica. Desde las planicies de Lugo, infestadas de abedules, hasta las r?s de Pontevedra, orladas de pi?rales; desde las sierras nutricias del Mi? o la garganta monta?sa del Sil, hasta el puente de Orense, donde se peinan las aguas de ambos r?s; o desde los cabos de la costa brava de la Coru?, donde el mar teje encajes de Camari?s, hasta la cima del monte de Santa Tecla, que vence con su sombra los montes de Portugal, por todas partes surge una alborada de gloria. El d? de fiesta comienza en Sant-Iago. La torre del reloj ta? su grave destino de bronce para anunciar un nuevo d?, y enseguida comienza una mui?ira de campanas, repicada en las torres del Obradoiro, que se comunica a todos los campanarios de la ciudad. Pero hoy las campanas de Compostela anuncian algo m? que una fiesta lit?gica en el interior de la Catedral, con dignidades mitradas y ornamentos maravillosos, de brocados y oros, con chirim?s y botafumeiro, capaz de dar envidia a la misma Bas?ica de Roma. Hoy las campanas de Compostela anuncian una fiesta ?nica, hija, tal vez, de un culto pante?ta, anterior al cristianismo, que tiene por altar la tierra madre, alzada simb?icamente en el Pico Sagrado; por cobertura el fanal inmenso del universo; y por l?para votiva, el sol ardiente de julio, el sol que madura el pan y el vino eucar?ticos. Por eso la mui?ira de las campanas, iniciada en Compostela, va rodando por toda Galicia, de valle en valle y de cima en cima, desde los campanarios orgullosos de la vera del mar hasta las humildes espada?s de la monta?. Y el badajeo r?mico de las campanas - de todas las campanas de Galicia en alegre algarab? - semeja el galopar de los caballos astrales, que vienen por la b?eda celeste, topeteando con el carro de Apolo, que trae luz y calor al mundo en sombras. Hoy es el D? de Galicia, y as?comienza.

As?da comienzo la solemnidad de este d?; la Fiesta mayor de Galicia, la Fiesta de todos los gallegos. Pero nadie puede sentirla, como nosotros, los emigrados, porque en tal d? como este reviven los recuerdos acumulados, y con la gran distancia se agranda el prodigio de la patria. Hoy nuestra imaginaci? anda por all? en fiesta de nostalgias, escuchando las c?tigas monta?sas y marineras que van para Compostela, viendo nuestro pa? embanderado de azul y blanco, con m?icas, gaitas, panderos, aturuxos y cohetes... Y despu? de evocar el repique matutino de las campanas -mal o bien, al modo de Otero Pedraio-, yo podr? evocar igualmente, todos los lances jubilosos de este d?, hora a hora, minuto a minuto. Pero ?c?o se tornan tristes las alegr?s evocadas lejos de la patria! ?C?o duelen las delicias arrancadas al recuerdo de nuestra mocedad ! Y como para mi es cierto lo que dijo el mejor poeta de nuestra estirpe:

 

Sin ti perpetuamente estoy pasando

 

en las mayores alegr?s, mayor tristeza.

 

No; es mucho mejor evocar algo irreal, algo puramente imaginario, algo que con su simbolismo nos deje ver el pasado para provecho del futuro, como una buena experiencia. Podemos imaginar, por ejemplo, una Santa Compa? de inmortales gallegos, en interminable procesi?. All?veremos las nobles dignidades y los fuertes caracteres que di?Galicia en el transcurrir de su Historia.

Los veremos caminar en silencio, con la cara en sombras y el mirar ca?o en la tierra de sus pecados o de sus amores, escondiendo ideas tan viejas que hoy ni tan siquiera ser?mos capaces de comprender, y sentimientos tan perennes que son los mismos que ahora bullen en nuestro coraz?. A algunos los veremos revestidos con ricos pa?s y fulgurantes armaduras; pero los m? de ellos van descalzos o desnudos, con los huesos plateados por el fulgor astral.

Al frente de todos va Prisciliano, el heresiarca decapitado, llevando su propia calavera en una caja de marfil y afirmado en un largo cayado, que termina con la hoz de los druidas, a modo de b?ulo episcopal. Siguen a Prisciliano muchos adeptos, varones y mujeres. Detr? vienen dos magnates, que quiz? sean: Teodosio, el gran Emperador de Roma, y San D?aso, el sumo pont?ice de la cristiandad, seguidos ambos por una hueste de soldados y eclesi?ticos. Vemos despu? una hilera de muertos esclarecidos, que portan los atributos de su dignidad o de su profesi?. All?distinguimos a la virgen Eteria, la escritora peregrina, con t?ica de blanco lino y caminando con bamboleante comp?. Al historiador Paulo Orosio, disc?ulo de San Agust?, que marcha pensativo, con un rollo de pergaminos en la mano. Al obispo e cronista de los tiempos suevos, a Idacio, que alumbra el camino con una l?para de bronce. A San Pedro de Mezonzo, el autor de Salve Regina Mater - el c?tico y oraci? m? hermoso de la Iglesia-, con una fragante azucena en los labios. Al fundador San Rosendo, que sostiene lit?gicamente la custodia de nuestro escudo tradicional. Y muchos, y muchos m?, que es dificultoso reconocer. Luego vemos al primer Arzobispo de Compostela, el gran Gelmirez, revestido de pontificial, con aurifulgente cortejo de mitrados e can?igos. A la par del prelado vienen Alfonso VII, el Emperador, con cetro en la diestra, espada en la siniestra y corona de oro y pedrer? en las sienes. Siguen al Emperador: el Conde de Traba, su ayo, y dem? bultos de la soberbia feudal de Galicia. Vemos despu? a los monjes letrados, en larga fila, con velas prendidas y libros abiertos. Viene detr? el maestro Mateo, el Santo de los Croques, con el Apocalipsis debajo del brazo, encabezando una multitud de arquitectos e ingenieros, que portan las herramientas de sus artes. Enseguida aparece una multitud de juglares y trovadores, en mezcla de tipos y atav?s. Algunos semejan haber sido monjes; otros calzan espuelas de oro, en se?l de que fueron caballeros; pero los m? de ellos van harapientos, con viejas c?aras, la?es y zanfonas al hombro. All?reconocemos a Bernaldo de Bonaval, a Airas Nunes, a Eanes de Cot?, a Pero da Ponte, a Pero Meogo, a Xoah? de Guillade, a Meendi?, a Xo? Airas, a Mart? C?ax, a Paio G?ez Charino, a Mac?s, a Padr?, e muchos m?, todos con fuego en el pecho. No tardan en aparecer las dos veladas e infortunadas hermanas, In? y Xohana de Castro, la que rein?en Portugal despu? de muerta y la que fue reina de Castilla en una sola noche tibia de verano, como dos rosas de plata las coronas de su ef?ero reinado. Vienen enseguida los muchos varones altaneros de Galicia, los se?res feudales, que no supieron vivir en paz ni consigo mismos, todos ellos montados en bestias negras, desde Andrade, el Bueno, seguido por un jabal?- s?bolo tot?ico de su casa-, hasta el valiente Pedro Madruga, que lleva el pu?l de la traici? clavado en las costillas. Como grupo singular dest?ase el Mariscal Pardo de Cela, junto con sus compa?ros de martirio injustamente decapitado, que sostienen con ambas manos sus propias cabezas, todav? frescas, que chorrean sangre y piden justicia. Tambi? vemos una buena representaci? del feudalismo eclesi?tico, y en ? distinguimos a los tres Arzobispos Fonseca, padre, hijo y nieto, seguidos por una mula cargada con las obras de Erasmo. Y detr? de tanto se?r? feudal viene a pie su mejor cronista, Vasco da Ponte. Enseguida reconocemos la imponente tropa de irmandi?s, que arrastran cadenas, con lanzas y hoces armadas en palos, llevando por abanderado a Rui Xordo, que sostiene en alto una antorcha de paja prendida y humeante.

Aqu?comienza a decaer la categor? del f?ebre cortejo, como decae  Galicia al trocarse en pueblo vencido y subordinado. Pero sigue dando individualidades, como Sarmiento de Gamboa y los Nodales, que caminan juntos, portando astrolabios, atlas y conchas extra?s; el fil?ofo esc?tico, Francisco S?chez, toga de Doctor; los Virreyes de N?oles y de las Indias, Conde de Lemos y Conde de Monterrey, que sirvieron lealmente a quien no merec? ser servido por ning? gallego; los tres grandes Embajadores felipescos, Z?iga, de Castro y Gondomar, que in?ilmente derrocharon talento, sabidur? y artes diplom?icas; los escultores Moure y Ferreiro, junto con los arquitectos Andrade y Casas y N?oa, que liberaron de cadenas a nuestra originalidad oprimida; el Padre Sarmiento y el Padre Feix?, que remediaron el retraso cultural de Espa? con su poderosa erudici? y su genio enciclop?ico. Viene pronto Nicomedes Pastor D?z, con su lira de n?ar, abriendo el renacimiento literario de Galicia y seguido por los poetas A?n, Rosal?, Curros, Pondal, Ferreiro, Lamas, Amado Carballo, Manoel Antonio y tantos otros, todos con estrellas sobre sus frentes; los historiadores Vicetto, Murgu? y Bra?s, la pensadora Concepci? Arenal, la escritora Pardo Baz?, y por fin el gran Don Ram?, todav? no bien descarnado...

Acabo de citar unos cuantos bultos de la Santa Compa? de inmortales gallegos, unos cuantos nada m?, porque en los dos mil a?s de nuestra historia, los bultos se cuentan por millares.

Dice Oliveira Mart?s que en la Historia no hay m? que muertos y que la cr?ica hist?ica no es un debate, sino una sentencia. Pero todos sabemos que los muertos de la Historia reviven y mandan sobre los vivos - muchas veces desgraciadamente -, como todos sabemos que la mejor sentencia es la que se da despu? de un debate. Por eso yo gusto de poner a debate a nuestra Historia, no a nuestra Tradici?, porque si bien es cierto que se puede componer una gran Historia de Galicia con  s?o recoger las cr?icas de sus grandes hombres, tambi? es cierto que ninguno de ellos, ni todos juntos, fueron capaces de erguir la intransferible autonom? moral de Galicia a categor? de hecho indiscutible y garantizado. 

Afortunadamente, Galicia cuenta, para su eternidad, con algo m? que una Historia mutilada, cuenta con una Tradici? de valor imponderable, que eso es lo que importa para ganar el futuro.  

Cuando la Santa Compa? de inmortales gallegos, que acaba de pasar delante de nuestra imaginaci?, se pierde en la espesura de una foresta lejana, con esta misma imaginaci? veremos surgir de los Humos de la tierra-madre, de la tierra, de nuestra tierra, saturada de cenizas humanas, una infinita muchedumbre de lucecitas y luci?nagas, que son los seres innombrados que nadie recuerda ya, y que todos juntos forman el sustrato insobornable de la patria gallega. Esas almas sin nombre son las que crearon el idioma en que yo les estoy hablando, nuestra cultura, nuestras artes, nuestros usos y costumbres, y en fin, el hecho diferencial de Galicia.  Ellas son la que, en largas centurias de trabajo, humanizaron nuestro territorio patrio, infundi?dole a todas las cosas que en el paisaje se muestran su propio esp?itu, con el que puede dialogar el coraz? nuestro, antiguo y pante?ta. Ellas son las que guardan y custodian, en el seno de la tierra-madre, los legados m?tiples de nuestra tradici?, los g?menes incorruptibles, de nuestra futura historia, las fuentes divisables y pur?imas de nuestro genio racial.

Esa muchedumbre de lucecitas representa al pueblo, que nunca nos traicion? la energ? colectiva, que nunca perece, y en fin, la esperanza celta, que nunca se cansa. Esa infinita muchedumbre de lucecitas y luci?nagas representa lo que nosotros fuimos, lo que nosotros somos  y lo que nosotros seremos siempre, siempre, siempre.

He ah?lo que yo quer? decir en este D? de Galicia, en alabanza de nuestra Tradici?, por encima de nuestra Historia, a todos los gallegos que residen en esta tierra que para nosotros es la segunda patria. Y nada m?, amigos y hermanos.

Que la hoguera del esp?itu siga calentando vuestras vidas y que la hoguera del fuego nunca deje de calentar vuestros hogares.